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El edificio Kavanagh: un ícono arquitectónico con un origen pasional
18 de Mayo de 2023Un edificio emblemático de nuestro país que se remonta a una historia de amor, dolor y venganza.
Sobre la calle Florida, frente a la Plaza San Martín, se yergue uno de los edificios más emblemáticos de la Ciudad de Buenos Aires. Con su arquitectura única y sus codiciados departamentos en venta en Capital Federal por sus ambientes luminosos en lo alto del barrio de Retiro, el edificio Kavanagh es sinónimo de exclusividad y buen gusto desde su inauguración en 1936, hasta el día de hoy. Un titán de hormigón que supo ser el edificio más alto de Sudamérica, que recibió el reconocimiento de la UNESCO y que, también, nació de una historia de profundo desamor en el corazón de la elite porteña.
El mito del origen del Kavanagh comienza, ni más ni menos, con Corina Kavanagh, protagonista de esta historia y quién da nombre al edificio. Corina era una adinerada estanciera cuyos padres emigraron de Irlanda a nuestro país. Disfrutaba de moverse entre la sociedad porteña, gustaba de las joyas caras y de viajar por el mundo. No es para nada sorprendente que, en alguno de estos círculos, Corina se cruzase con alguno de los hijos de los Anchorena, una familia de impecable estirpe patricia y reconocida dentro de la aristocracia. Los rumores decían que el flechazo fue inmediato.
Los Anchorena vivían en la majestuosa casona que hoy conocemos como Palacio San Martín (antes llamado Palacio Anchorena). Su fortuna era tan grande como su devoción por la religión, tanto que Mercedes Castellanos de Anchorena, madre de la familia, mandó a construir la Basílica del Santísimo Sacramento frente a la mansión para poder observarla desde su dormitorio en las mañanas y que también sería el lugar de eterno descanso para la familia.
Según el mito urbano, al enterarse del romance entre Corina y su hijo, Mercedes no aprobó la relación, dado que, si bien la familia Kavanagh tenía dinero y pertenecía a la alta sociedad, no tenían orígenes patricios, algo muy importante para la elite porteña. Esto enfureció a Corina quién, en 1934, adquirió el terreno frente a la basílica y mandó a construir el imponente edificio de hormigón que todos conocemos. Se dice que la venganza es un plato que se disfruta más frío y, en este caso lo fue, porque luego de 2 años de construcción, Corina pudo ver su obra terminada: Un hermoso edificio de 120 metros, híbrido entre los estilos modernista y art déco, que llevaba su nombre y obstruía totalmente la vista del Palacio Anchorena a la Basílica. También dejó sólo un pequeño pasaje (actual Pasaje Corina Kavanagh) que permite el acceso directo desde la plaza a la iglesia, pasaje al que tenían prohibido el paso los Anchorena, obligándolos a rodear la gran mole de cemento.
Si bien esta historia se cuestiona mucho, ya pertenece al canon de mitos urbanos que le dan vida y personalidad a nuestra ciudad. Por su parte, hay algo que sí es certero, desde su inauguración en 1936, el edificio Kavanagh no ha hecho más que cosechar laureles: fue reconocido como el primer rascacielos de América del Sur, la Asociación Estadounidense de Ingeniería Civil lo distinguió como «hito histórico internacional de la ingeniería», es Monumento Histórico Nacional y pertenece al Patrimonio Mundial de la Arquitectura de la Modernidad por decisión de la UNESCO.